EL MUNDO FUE MAL - OLIVERIO GIRONDO

Por Lemmi
EL MUNDO FUE MAL
OLIVERIO GIRONDO, un retorno a la poesía
Por la Muchachita Alegre y el Niño Bajón

Nuestra sociedad no juna mucho a la poesía. La poesía, junto con el arte en general, aparece como la manifestación caprichosa e inútil de espíritus extraviados que no cuajan con este mundo. Un pasatiempo para entretenernos y pasar el rato. Porque, para este mundo, la vida es algo serio. En este mundo «tenés que trabajar, armar una familia, estudiar». Lo esencial, la razón del existir, está en un proyecto blindado y listo para todos.
Supongo que te acordás, muy a tu pesar, cuando un rayo de lucidez fulminó el plan que te esperaba al nacer. Cuando se abrió un abismo negro a tus pies y caminaste por las paredes tratando de no caer. Y viviste días maravillosos y terribles, perdido en un mundo que había cobrado una profundidad insospechada. Encontraste un libro, un acorde, unas palabras que te quebraron la cabeza y te conectaste con el nervio vital. Sentiste en tu cuerpo la incomodidad, la disonancia entre lo que te esperaba y lo que ansiabas. Supiste que el mundo fue mal.
Pero no duró. Aceptaste que quien había ido mal no era el mundo, sino vos. Te resignaste y colocaste tus anteojeras de caballo y todo volvió a empezar. La familia, el colegio, la universidad, el trabajo, el necesitar guita, el celular nuevo y otro más nuevo, y otro más aún…
Y ahí mismo es donde Girondo patea todo tu tablero. Su poesía es un antídoto contra el tedio y el hastío que inundaron como un caldo denso y viscoso el cauce de tus días. Te tuerce, te abre, te incomoda aún más y no te deja quedarte quieto. Nunca volvés a ser el mismo después de leerlo. Una agresividad vital brota de las páginas de sus libros agitando e incitando, a las células rebeldes que aún te quedan en pie, a realizar el motín y tomar el control de tu cuerpo anestesiado para pegar saltos en la noche y patear las estrellas. Ya no sabés adónde vas ni por qué vas; dónde estás ni por qué estás. Su poesía te invita a combatir la normalidad que anhela seguridad y confort. Girondo se te presenta hoy como un aliado íntimo y actual.



ESPANTAPÁJAROS - 19
Oliverio Girondo


¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?
Es bastante intranquilizador —sin duda alguna— comprobar que no existe ni una hectárea sobre la superficie de la tierra que no encubra cuatro docenas de cadáveres; pero de allí a considerarse una simple carnaza de microbios... a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera...
Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en algún sacamuelas— nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla.
¿Qué nos importa que los cadáveres se descompongan con mucha más facilidad que los automóviles? ¿Qué nos importa que familias enteras —¡llenas de señoritas!— fallezcan por su excesivo amor a los hongos silvestres?...
El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?
Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante —una mujer que se detiene, un perro que husmea una pared— resulta algo tan inefable... es tal el cúmulo de coincidencias, de circunstancias que se requieren —por ejemplo— para que dos moscas aterricen y se reproduzcan sobre una calva, que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración.
De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa... ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...
De ahí ese optimismo de pelota de goma que me hace reír, a carcajadas, del esqueleto de las bicicletas, de los ataques al hígado de los limones; esa alegría que me incita a rebotar en todas las fachadas, en todas las ideas, a salir corriendo —desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los gasómetros... a los cementerios....
Días, semanas enteras, en que no logra intranquilizarme ni la sospecha de que a las mujeres les pueda nacer un taxímetro entre los senos.
Momentos de tal fervor, de tal entusiasmo, que me lo encuentro a Dios en todas partes, al doblar las esquinas, en los cajones de las mesas de luz, entre las hojas de los libros y en que, a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en medio de la calle, para gritar con una voz virgen y
Por Lemmi
ancestral:
“¡Viva el esperma... aunque yo perezca!”

 

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