Editorial N° 2

Por Gabriel Muro
YPF: ¿Socialismo nacional?
Por Héctor Fenoglio


El país vive una euforia estatizadora, convencido de que la expropiación de YPF es una medida revolucionaria, de un socialismo nacional atenuado propio del siglo XXI. Pero, ¿la simple estatización de una empresa es una medida socialista? ¿Adónde apunta el proyecto kirchnerista: al socialismo o al capitalismo? ¿Hay una tercera vía peronista?
Para aumentar la confusión, el destacado columnista Alfredo Zaiat, en Página 12, dictaminó, sin la menor sombra de duda: «La diferencia esencial [entre una empresa privada y una estatal] se encuentra en la misión última de la gestión: para una empresa privada es la maximización de la ganancia; para una compañía controlada por el Estado, procurar el beneficio social». Lo menos que puede decirse sobre esto es que no es cierto. Las empresas petroleras estatales de Arabia Saudita (Aramco), México (Pemex) o Rusia (Lukoil), para nombrar algunas, ni remotamente están al servicio del pueblo y el beneficio social. Por nuestra parte, celebramos la expropiación de YPF: entre Repsol y el Estado, no hay dudas; pero, a la vez, creemos más necesario que nunca abrir el debate sobre los alcances y los límites de una medida que es como un botón de muestra para pensar el rol del Estado en nuestro destino como país y sociedad.
Es indiscutible que los gobiernos kirchneristas, por vía del crecimiento y la redistribución económica, para reducirnos a éste ámbito, desarrollaron una gestión que favoreció a los trabajadores y el “beneficio social”. También es indiscutible que lo hicieron dentro del capitalismo y en estrecha alianza con los grandes monopolios transnacionales, Repsol entre ellos. Con las mejores intenciones y de manera explícita, el kirchnerismo intentó el afianzamiento de una burguesía que impulsara el desarrollo del capitalismo nacional. Pero estos aliados, hoy Repsol como ayer “el campo”, a la hora de la verdad se manejaron con el criterio rentístico histórico propio de los empresarios argentinos. Al gobierno no le quedó otra opción, por ahora, que convivir a los empujones y manotazos con los sectores más recalcitrantes, como “el campo”; mantener la mejor alianza posible con los grandes capitales con los que aún se pueda, como la megaminería, las automotrices; y, por último, recurrir a la estatización cuando no quedó otra alternativa.
Si el Estado argentino, como vemos, ya cumple un papel y tiene un lugar de garante fundamental en la economía, mucho más lo tendrá en el futuro, ya que el rol que la burguesía nacional pueda desarrollar como protagonista económico será cada vez más secundario. En este marco, ¿el Estado sólo se limitará a expropiar las empresas capitalistas depredadoras y fallidas o debería, principalmente, para desarrollar de manera definitiva una política de “beneficio social”, avanzar sobre empresas altamente rentables, como las telefónicas o las automotrices? Caso contrario, ¿de qué “bienestar social” estamos hablando?
Hay una representación muy común que imagina el “bienestar social” como una sociedad donde todos gozaríamos de los privilegios y de la forma de vida que hoy tienen los ricos. ¿Eso queremos? ¿O “bienestar social” significa una vida y una sociedad realmente diferente: una nueva forma de trabajar, de educar, de tener salud, de transportarse, de comunicarse, etcétera?
Vivimos bajo relaciones sociales sólidamente estructuradas. En el ámbito de la producción y del trabajo, por ejemplo, o se es patrón o se es empleado, sea público o privado. Lejos de ser puras y simples relaciones económicas, ya son verdaderas formas existenciales de vida. ¿Hay otras formas de trabajar y producir? ¿Es posible la superación de la antinomia empleado-patrón? ¿Hay otra producción posible, más allá de los objetos propios del consumismo? El Estado, bajo su forma actual, ¿puede y debe crear y desarrollar otra forma de vida que no sea la capitalista? La expropiación de YPF abre este debate imprescindible.

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