Editorial N° 1


ONCE: el peronismo de clase media

El choque del tren en Once no fue un accidente. Fue la consecuencia natural de medio siglo de una política deliberada a favor de las terminales automotrices multinacionales, en detrimento del trasporte público.
En 1948, Perón estatizó los trenes. Había más de 40.000 km de vías férreas; hoy apenas quedan 4 ó 5 mil útiles. El Marplatense, inaugurado en 1951, recorría Buenos Aires-Mar del Plata en poco más de 4hs. Hoy casi no funciona. El Rosarino-El Porteño hacía el trayecto en menos de 4hs. Hoy, después de años sin funcionar, le pone 6hs.
El descalabro empezó en 1961 con el Plan Larkin. Larkin era un general norteamericano que contrató el gobierno de Frondizi como experto en ferrocarriles. Fue un plan de desguace del ferrocarril para priorizar el transporte automotor. Se dieron prioridad a las inversiones extranjeras y se introdujeron la Kaiser y otras terminales automotrices en Córdoba. Después continuó con la dictadura genocida (1976-83), cuando el intendente Cacciatore hizo las autopistas urbanas de la Capital que hoy tenemos. Mientras las multinacionales hacían el gran negocio con los autos, el Estado ponía gratis las carreteras.
El golpe final sucedió en 1992, con Menem, quien privatizó los sectores más rentables y liquidó lo que quedaba del sistema ferroviario. La cancelación masiva de servicios llevó al surgimiento de casi mil pueblos fantasmas, que dependían del ferrocarril. La resistencia del movimiento obrero combativo no alcanzó: ramal que para, ramal que cierra, sentenció Menem, con el apoyo entusiasta del pueblo argentino que lo reeligió. Los burócratas sindicales de la Unión Ferroviaria, con Pedraza a la cabeza, se transformaron en prósperos empresarios; son los mismos que en el 2010 asesinaron a Mariano Ferreyra en Constitución para defender sus negociados.
Los diferentes gobiernos, incluido el kirchnerismo, poco hicieron para cambiar esta política y mucho por continuarla. El gobierno nacional se ufana de que hoy se fabrican 800.000 automóviles por año y que en 2020 llegaremos a los 2.000.000. De los ferrocarriles, que cada día están peor, no dice nada. Sólo habló del tren bala, un proyecto rentable destinado sólo a las clases pudientes. Sigue priorizando la alianza con las poderosas terminales automotrices multinacionales, extranjerizando la economía, construyendo autopistas llenas de autos y camiones donde, en cada choque semanal, mueren decenas de inocentes. Sigue priorizando el transporte privado e individual de pasajeros, funcional a la alianza con la clase media tilinga, alimentando sus delirios consumistas; en detrimento del transporte público de pasajeros, propio de las clases populares.
Muchos se llenan la boca con los derechos humanos, pero rápidamente olvidan que un transporte público digno y eficiente también es un derecho humano fundamental. Y no sólo eso: el transporte tiene un lugar y juega un papel estratégico en el diseño de cualquier sociedad. ¿Qué sociedad queremos? ¿Seguiremos con el berretín de ser un país del primer mundo, explotando a Bolivia o Paraguay, tal como el primer mundo nos explota a nosotros? ¿No aprenderemos nada de la actual debacle capitalista mundial?
No somos opositores ni oficialistas. Nuestro espíritu no es tan maniqueo ni tan mezquino. Hemos defendido al gobierno frente a los ataques para destituirlo, pero rechazamos el chantaje de que criticarlo es hacerle el caldo gordo a la derecha. Sólo sabemos que mientras no nos pensemos estratégicamente, seguiremos sometiéndonos a los designios de los grandes monopolios y a la estupidez de la clase media.

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