VENENO PARA RATAS
Por Mariana Aron
Como a él, a vos te gustaría estar en un lugar
donde las cosas fuesen amables, en un mundo donde la sexualidad no sea
satanizada, no tenga genero y cada quien dé y reciba por donde más le guste.
Donde, al fin, estalles en ese orgasmo maravilloso de la gota divina
disolviéndose en el océano divino, en ese momento en que te alimentes de tu
autoerotismo y sepas para siempre quién sos.
A mí siempre me gustaron mucho más los José Sbarra
que los Julio Cortázar. Ahora el mundo es todo esa estupidez ancestral de esta
maldita raza en Facebook, que escribe 500 pelotudeces juntas por segundo y cree
estar en una situación de poder y jamás se sintió aterrado por la existencia.
Donde “nadie lee nada. Y el que lee, no entiende. Y el que entiende, lo olvida
enseguida.” Donde nadie puede abrir el juego porque un monitor se lo impide.
Donde el círculo es un circulo vicioso de hábitos; hábitos mentales,
emocionales, sexuales y corporales. Jamás se atreverían a salirse de ellos
mismos, romper el molde, entrar en la magia, en el misterio y dejar aparecer al
arquetipo detrás del estereotipo. Solo ahí es donde aparece la espontaneidad
creadora, sanadora y la irrupción fulgurante de la poesía.
Como te dije, a mí siempre me gustaron los José
Sbarra; esos tipos que saltan por encima de los decorados del amor. Saltan,
mejoran su intimidad y dejan a la vida con los sobacos llenos de piojos y sexo.
Tipos que se bancan el mono y la resaca por una noche enamorada de la vida.
Escritores feroces que penetran con agujas de luz los arcanos de la
incertidumbre.
A Sbarra le gustaba lo bueno, sin poesía rococó y
cagado de romántico. Levantabas su vestido hasta el cuello y encontrabas a un
niño escondido, un duende de once años. Un tipo ambicioso, estelar y cósmico, que
no había guita que comprara su vida. Una vida peligrosa y libertaria, regida
por el principio del placer; porque lo que importa es lo que hacés de la noche
a la mañana, tu manera de vivir. Un tipo rapaz que no compartió la cultura de
las relaciones amorosas hasta la perversión de la fidelidad y que, por eso,
escribió Plástico cruel. Una novela
que te cuenta que te hace falta éxtasis, tocarte más la pija, el alma. Un rayo
de intensidad comiéndose el culo de la rutina burguesa. El placer de besarte
con palabras, hasta tragarse tu conciencia. Un niño, Axel, cariñosamente
llamado "el Cerdo", que al llegar del campo se enreda con una
modosita de la ciudad; Linda Morris, ninguna Cieguita de la Stratocaster. Un
cómic vertiginoso, ácido, retratado por la bohemia de Axel, el punto de
ebullición entre la frivolidad extrema de Linda y los jirones líricos
descriptos por Bombón, poeta y puta. Una historia no correspondida, de ajo
fuerte, dolor y pugna. Leída en incisiones entre diálogos, alucinaciones y
señales de tránsito, con esa sal de la vida ¡y eso no es más que poesía! Un
poema que te propone inundar tus prejuicios, que te cuenta que el amor está
debajo de la ropa y que corremos tras él como una bala hacia nosotros, nos
besen donde nos besen. Un poema con disfraz ochentoso, firmado en nombre de los
cochinos dedos de su mente o un pensamiento difícil de caerle encima.
En el Zen se dice que cuando te subís a un mástil y
no podes bajar, lo que hacés, cuando llegaste a la punta, es dar un paso en el
vacío; José Sbarra o José Caputo murió de sida en 1996, no se sabe si
apasionado escuchando el misterio, jugando con los ardores de sus genitales o
manteniendo algo de dignidad en este mundo sin dignidad. Definitivamente, no
somos quienes lo vamos a enjuiciar. Somos quienes lo preferimos imaginar reencarnado
en un gato negro; un ser que cogió, se drogó y nos desgarró con su espíritu. Un
gato que saltó, corrió, vivió y murió de regreso a su planeta en una aventura
cósmica.
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